Se acabó el amor
El objetivo del presente trabajo, lo he querido centrar, en lo que, en términos coloquiales, llamaríamos “se acabó el amor”.
Frase muy utilizada y socorrida, cuando alguien trata de explicar, a otra persona, los motivos que le han llevado a separarse de la persona con la que se había casado.
La ausencia del contacto físico, en su nivel íntimo, es decir, el rechazo sexual, suele conllevar un desgaste emocional, que poco a poco, va socavando la estabilidad del matrimonio.
La indiferencia de una persona hacía su pareja, en lo más íntimo, en los planos emocional y sexual, suelen estar basados, en problemas de comunicación. Comunicación, que es vital, para una convivencia sana y armoniosa, en todos los niveles sociales, pero, sobre todo, en la vida conyugal.
Desde que nacemos, el contacto físico es vital para el ser humano. Si a un bebe, le privamos de caricias, es muy posible, que se convierta en un adulto desequilibrado, en términos psicológicos. No expresar, nuestro afecto, hacia otra persona, de forma emocional y física, es un gran error, que desemboca en una multitud de problemas.
En la vida conyugal, no saber expresar nuestras emociones, hacía la otra persona, acaba afectando a la respuesta sexual física. El deseo sexual inhibido o la apatía sexual, conlleva conflictos entre la pareja, que aumenta la tensión matrimonial, y que puede desembocar en su ruptura.
Las causas de este desgaste conyugal, pueden tener carácter fisiológico y carácter psicológico. Entre algunas causas psicológicas, podríamos mencionar: baja autoestima, estados depresivos, pobre concepto de la propia imagen corporal, ansiedad, historia de abusos sexuales o mala relación de pareja.
Vamos a identificar las causas y efectos que dan lugar, al desgaste emocional y sexual matrimonial y su incidencia, en una posible, declaración de nulidad matrimonial eclesiástica, basándonos en el canon 1095, en su apartado tercero y en el canon 1099.
Con el sacramento del matrimonio, la pareja, busca elevar, a sagrado, la vida conyugal. Es decir, introducir a Dios, en la ecuación matrimonial. Recibir la gracia del Espíritu Santo, para una vida en común, hasta el fin, de nuestros días terrenales.
Desde esta perspectiva, el sacramento del matrimonio, es una unión, mental o emocional, sexual e íntima y, sobre todo, espiritual.
Si uno de estos tres niveles: mental, físico y espiritual, se desequilibra, la convivencia conyugal, puede sufrir serios desgastes y desembocar en una irremediable ruptura.